martes, 12 de julio de 2011

Las ondas del viento



Este otoño me ha traído  con sus hojas tantas gratas melodías, me ha envuelto en su cálido manto de naranjos y azahares, ha seducido cada fibra de mi ser con sus alocadas mariposas multicolores, que lo hace mágico, creador de ilusiones, despertador de pasiones, este otoño abre en mi una caja de pandora, asombrándome cada momento con sus multifacéticas mascaras de miel.
Abrí las ventanas y ante mi se mostro un ondeante mar de distintos tonos de verde, el trigal se mecía siguiendo las invisibles ondas del viento. Aquello era tan intenso que daba ganas de sumergirse en el, de dejarse llevar por esas ondas y perderse en su mágico vaivén.
Esa mañana estaba particularmente hermosa, el sol tibio acariciaba los malvones dejando esparcir en la brisa su aroma dulce y suave. Todo el jardín lucia esplendoroso, tal vez regalaba esa hermosura anticipándose a un invierno frio.
Mi memoria jugo entre los surcos del viento y tu recuerdo se apodero de mi mente acariciando mi corazón. Te vi correr con tus cabellos sueltos enredándose en tu cuello, sonriendo feliz, abriendo los brazos hacia mí. Como olvidar esa imagen de ti, invitándome a naufragar en lo recóndito de tu pecho tibio, en la calma de tu alma dormida llena de armonía al sutil movimiento de tu respiración, en tu cerco de mujer en llamas consumiendo mis desbordes  de pasión, en la claridad de tus aguas frescas que sabían saciar la sed del alma mía.
Me volví  al interior del dormitorio a buscar un abrigo liviano porque de golpe un escalofrío recorrió mis cuerpo, mire sobre la mesa de noche para ver tu retrato como si mi memoria necesitase mirar una foto para recordar tu rostro, en ella vive cada surco de tu sonrisa, cada gesto de tus palabras, hasta esas pequeñas arruguitas alrededor de tus ojos que detestabas tanto y que yo amaba.
Es que el día se llenaba de tu aroma mesclado con los malvones aterciopelados del balcón, tu luz llenar cada espacio oscuro de la habitación. Tu presencia trascendía más allá del umbral del tiempo, mas allá de la muerte, jamás se fue de mi lado. Al ver esta mañana, el día así, tan perfecto no pude evitar pensar en ti. Como no pensar en ti, eres parte de este cuerpo, eres parte de los pétalos, de los campos que se mecen adormeciendo el viento en su cuna de verde profundo. Eres parte de los murmullos cotidianos, de los mañaneros trinos, hasta del aroma del café, todo lo ocupa tu memoria. Es difícil no pensarte, no presentirte en cada hecho de mi vida, todo este ser que vivió para amarte también ha de vivir para venerarte aunque no estés.
Salí sin prisas a recorrer las pasturas, cosa que hacia cada mañana, era agradable sentir el aire fresco y húmedo penetrar en la nariz y llenar los pulmones. Mi ´´Pequeño´´, así le llamaba al caballo que me acompañaba en mis recorridos, como le había criado de potrillo se había convertido en mi fiel compañero.
El paso lento de Pequeño me llevaba a través del valle controlando los trabajos cotidianos del campo, me detenía de vez en cuando para conversar con los peones, dar órdenes o enterarme de las buenas nuevas familiares, todos compartían su vida conmigo consientes de mi soledad.
Al andar, mis pensamientos se perdían tras las huellas del sendero, casi monótono por cotidiano, me sorprendía muchas veces conversando en voz alta como si tu aún me acompañaras, cualquiera que me halla visto en esos menesteres no dudaría en decir que al partir tú, se apropio de mí la locura. Quizás después del hecho que viví esa mañana fresca de abril, nadie me daría un céntimo por mi cordura pero aun así continúo con mi vida como si tú jamás te hubiese ido.
Me encontraba sentado en la cerca que rodeaba el sembrado de trigo, éste estaba tierno y alto, me gustaba ver como la brisa jugaba con las gamas del verde, así como tú lo llamabas: mi mar en calma. Trataba de reponerme del dolor que me causaba tu ausencia contemplando todo aquello que tú amabas.  Y allí, estaba cuando vi tu figura envuelta en una luz blanca brillante caminando entre el espeso trigal, sonreías y tu rostro irradiaba una inmensa paz, creí enloquecer por momentos de las ganas de correr a ti y abrazarte pero mi cuerpo no me respondía, la mente sabía que no podía ser real, te acercaste a mi con suavidad y aunque no vi que tus labios se movieran escuche casi como un susurro de tu voz en mis oídos:
-Siempre estaré contigo, no sufras, aquí me encontrarás acompañándote, en las ondas del viento sentirás mi abrazo, no me llores, estoy contigo.-
No lo había notado, mi rostro estaba empapado de lágrimas. Cerré los ojos y quise abrazarte pero mis brazos no sentían tu cuerpo, volví a mirarte pero ya no estabas. Así como habías llegado también te habías ido.
Una paz desconocida se alojó en mi alma desde ese momento, haciéndome comprender que tu presencia no había sido casual ni sin sentido, habías vuelto para que comprendiera que no me      habías dejado, que siempre estarías conmigo.
Desde aquel momento pude continuar con mi vida, sencillamente porque tú estás conmigo en cada paso, en cada suspiro, en cada brisa que atraviesa mi cuerpo.
                                             



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